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En Europa. Antxon Lafont Mendizabal.

Son dignos de admiración los esfuerzos de editorialistas que tratan de convencerse, para luego convencernos, de que Europa existe a pesar de las pruebas evidentes de lo contrario.

Entendámonos sobre el pretendido sentido que encierra la palabra Europa en el contexto actual.

Se nos propone el concepto histórico de Europa valor indiscutible para los causantes de la confusión en el siglo XIX entre estado y nación. Se niega la historia de Euskal Herria pero se pregona la “muy antigua historia de Europa”. ¿Qué historia? Europa no ha sido más que escenario de guerras de conquista y de ordenación de Territorios ajenos. ¿Qué hicieron sino los grandes europeistas como Carlomagno y Carlos V de Alemania? (Por cierto, ¿quién conoce a este último como Carlos I de España?). Guerras y anexiones, estaban destinadas, parece ser, a formar una Europa como también pretendió hacerlo Napoleón. Más cerca de nosotros y a cien años de diferencia Europa no es la misma. ¿Qué es en efecto de los bloques existentes en 1900 como los Imperios Ruso, Austro Húngaro, la confederación Germano-Prusa o el Imperio Otomano?

Según el escritor húngaro Peter Esterhazy (Premio de la Paz- Octubre 2004) “es tan complicado saber qué es Europa que si lo pensamos nos sale un libro entero”.

Si se trata del MCE, Mercado Común Europeo, origen del actual sistema, no cabe duda que los intercambios comerciales y luego financieros procuraron más riquezas... a los de siempre. Se pasó a la CEE, Comunidad Económica Europea que dispuso de un sillón de invitado en los organismos internacionales de carácter económico aunque rara vez como CEE pero más bien como grupo de tales y tales estados de la Comunidad.

Queriendo pasar a la UE, Unión Europea, las cosas se han complicado.

Cuando la actual UE ha tenido la ocasión de participar como tal en el concierto mundial se han oído cacofonías que han conseguido que cada estado europeo recoja su manta buscando cobijo bajo otros techos protectores pero gravados de hipotecas políticas.

Así es como la UE se ha embarrado en acciones de política exterior y de defensa por no citar más que estos dos aspectos. Eso sí, se nos ha dicho que el eterno Solana con tanto futuro político europeo y que parece que seguirá aún muchos años esperándolo, es el hombre destinado a responsabilizarse de temas tan actuales y candentes. Se nos presentan en frente los USA y la pérfida Gran Bretaña que muestra su naturaleza indefectible de miembro supeditado a la razón del más fuerte. Por su parte, la UE, en el mejor de los casos, pretende resolver los problemas por la negociación pero sin gran convicción por su ausencia de política clara y única.

¿Qué decir de los nuevos miembros que, como Polonia, nada más incorporarse se disgregan de la UE para seguir junto a otros iluminados como la España de la época “ansariana”, la política USA de lucha contra el “eje del mal”, nueva inquisición a nivel planetario en la que vuelve a regir la parvedad de materia?.

Es ésta una situación poco gloriosa de una UE inexistente que sueña con ser protagonista de base en una estrategia mundial, que le pasa muy por encima, olvidando las necesidades más inmediatas de los europeos.

Casos concretos afectan a Euskal Herria. La política pesquera pretendida de la UE y que se aplica según la capacidad de presión de los estados en litigio es una de ellos. Los Acuerdos de Arcachon, limitando la captura de anchoa en períodos determinados, acaban siendo imposiciones de los estados francés y español a nuestros arrantzales y , lo que quizás sea más grave, se respetan por ambos estados según la coyuntura de sus relaciones bilaterales. Las cuotas de leche que arruinan a nuestros baserritarras forman también parte de la panoplia europea contraria a los intereses de los más modestos.

Euskal Herria vive esas anomalías de tipo cuantitativo y no ve salida a sus aspiraciones de gestión soberana de nuestra identidad.

Dentro de unos meses nos presentarán a referéndum un texto confuso de Constitución, que comprende más de 400 artículos con poco o ningún interés para Euskal Herria y para una Europa no mercantil. Aquella idea de la Europa de los Pueblos que nos seducía murió antes del parto. Europa será un conglomerado de estados con sillas plegables para lasa “nacionalidades históricas” y punto.

Con esquemas de este tipo ¿quién va a motivarse como ya se ha visto en las recientes elecciones europeas?. En Euskal Herria Sur la abstención ha sido del 54,5%. Esto quiere decir que nuestros electos europeos con 30% de votos a favor sólo representan a 16% de los electores. Eso es aplicable a todas las elecciones pero si los electos lo han sido legalmente (a pesar de las disposiciones restrictivas electorales recientes) ¿qué legitimidad tienen en un Parlamento Europeo elegido en las mismas condiciones?

¿Es así como se gestiona un conjunto de 455 millones de habitantes, representando una economía de 10 billlones de euros y un valor cultural inmenso víctima de los que prefieren la geografía a la historia real?. La UE es un ente que quiere valer por su influencia política más virtual que real por ahora, lo que hace afirmar a observadores de calidad como Alain Touraine que la integración europea está probablemente en retroceso. Recordemos que le Tratado de Roma, base del MCE, se firmó en 1957.

¿Qué podemos proponer como alternativa?

Es evidente que pretender que nuestra identidad se potencie en la UE corresponde a confiar a nuestros electos una misión de práctica del arte de lo imposible con el agravante de que algunos de esos electos se regodeen en esa situación.

La Europa de los Estados ya la conocemos viviendo como vivimos todos los días entre los Estados Francés y Español a cuyos gobiernos planteamos problema.

A pesar de las estructuras regionales y autonómicas que respiran con permiso de la autoridad estatal, si los tiempos no lo impiden, y con el apoyo indefectible a esa autoridad de aquellos que como Michel Rocard nos engañaron evocando la Europa de los Pueblos, no podremos alcanzar nuestras aspiraciones identitarias. Tenemos que vivirnos.

Es significativo el comentario que acompañó el primer texto de Constitución Europea. El artículo I.1 está redactado como sigue: “inspirada por la voluntad de los ciudadanos y de los Estados de Europa de construir un porvenir común,...”. Inicialmente se redactó: “inspirada por la voluntad de los pueblos y de los Estados...”. Fue este artículo el más discutido en la primera redacción. Por motivos vagamente jurídicos se sustituyó la intención de voluntad de los pueblos por la de ciudadanos. Es evidente que para el electo estatal la noción de ciudadanos individuales se maneje mejor que la de pueblos o ciudadanos organizados.

Sería preciso convivir en un a asociación a menor escala pero con mayor respeto identitario y cultural de cada miembro y sin común medida con el Comité de Trabajo de los Pirineos (1983), futuro consorcio, cuya acción por ahora es un modelo de virtualidad. Una Confederación creada por subsidiaridad entre Mediterráneo y Atlántico, de Catalunya y Euskal Herria, denominada Pirineos uniendo los pueblos autogobernados de ambos lados de la cordillera, con más o menos soberanía según los componentes, formaría una Región transpirenaica voluntariamente integrada como tal en la Unión Europea. Esa Región (en el sentido europeo del término) tendería a alcanzar el grado de autogobierno de su miembro más soberano. Tanto económica como pluriculturalmente esa solución intermedia parece una utopía alcanzable más a nuestro alcance y a más corto plazo que la de pretender que estados de tradición jacobina respeten y acepten nuestras aspiraciones. Parece ser que Maragall llegaría hasta Toulouse. Nos quedarían por recorrer apenas 200 Kilómetros desde el límite de Midi Pyrennées y Aragón hasta el Cantábrico.

En realidad se trata de estar lo más cerca posible de los centros de decisión y luego de aceptar soluciones pactadas de solidaridad en el marco de conjunto mayores, tales como Europa, con el máximo respeto a todos los Estados que la componen y muy especialmente a España y a Francia, con quien hemos coexistido desde el siglo XVI.

Argumentar, negociar, hasta donde buenamente se pueda, para alcanzar objetivos en tanto que “homo socialis” lo que somos cada uno de nosotros superando al homo sapiens sapiens.