Artículo publicado en BERRIA el 24 de septiembre de 2014
Recientemente hemos asistido a la amenaza de cierre de la planta de Arcelor Zumarraga, amenaza que finalmente ha tenido una continuación inesperada. El impacto de un posible cierre sirve para entender la preocupación generalizada que existe en nuestra sociedad, no sólo sobre la amenaza de más paro, sino por el futuro que se nos presenta en un país eminentemente industrial.
Los datos hablan por sí solos: en el periodo 2008-2013 se ha perdido el 26% del empleo en el sector manufacturero (85.000 puestos de trabajo) y en concreto el sector metalúrgico ha perdido el 15% de los establecimientos. Algunas comarcas como Iruñerria, Gasteiz-Lautada, Debabarrena, Debagoiena, Durangaldea, Urola-Kosta o Sakana, por ejemplo, dependen en gran medida del impulso de dicho sector.
No se trata, por tanto, de una preocupación menor. Desde hace tiempo, antes de que explotara la burbuja financiera en el 2008, ya habíamos experimentado en nuestras empresas la debilidad de su nivel tecnológico y su alta dependencia con respecto al precio de la energía. Éramos conscientes de que nuestro tejido productivo padecía de serios problemas y precisaba de una estrategia de renovación que lo volviera a posicionar cara al futuro.
No es un problema de fácil solución, tampoco de una solución rápida. Los sistemas productivos altamente imbricados con el territorio y su sociedad precisan de estrategias complejas y a largo plazo: se trata de preguntarnos cómo ha de ser nuestro sistema productivo en el futuro, qué sectores serán los “tractores” y su nivel de desempeño a todos los niveles. Por tanto, no sólo hablamos de generar empleo, sino de un proyecto de país que venga a ser satisfactorio económica, social ambiental y territorialmente.
En ese proyecto entiendo que el sector relacionado con la transformación del metal y la manufactura ha de jugar una función importante las próximas décadas; sin embargo, cabe preguntarse de qué manera. Y es que un sector siderúrgico donde las decisiones se tomen en el exterior o una manufactura liderada por firmas extranjeras se limitará a obtener su beneficio, la plusvalía, sin necesidad de comprometerse con el desarrollo tecnológico, los centros de formación o las condiciones socio-laborales del territorio. ¿Es suficiente para un país como el nuestro? Debiéramos preguntarnos si el centro de decisión hubiera estado en Euskal Herria cual hubiera sido el desarrollo de muchas empresas metalúrgicas ahora cerradas; seguramente, una parte importante de ellas ya se hubiera reposicionado en tecnología y producto buscando su continuidad. Es decir, me pregunto si el motor de nuestro sistema productivo, las actividades estratégicas, no precisan de estar bajo el control de corporaciones locales, acercando los ámbitos de decisión de tal manera que podamos enfrentar su futuro con visión estratégica de país.
A raíz de la polémica sobre el futuro de Edesa en Basauri se ha generado una situación más que interesante. La ubicación de Edesa y los puestos de trabajo no es secundaria, es una parte importante a la hora de hablar de sistema productivo con visión de país. Nuestra industria lleva siglos de actividad descentralizada, con evidentes núcleos de especialización siderúrgica, naviera, agroalimentaria y manufacturera, amén de nuevas actividades y sectores. Baste un dato, más de la mitad de las comarcas de Euskal Herria tienen actividad metalúrgica registrada actualmente. Así mismo, comarcas como la Rioja Alavesa, Durangaldea, Oeste de Tierraestella, Sakana, Debabarrena… tienen unos índices de industrialización muy superiores a la media y la actividad industrial es el sustento del territorio.
Que Luzuriaga continúe en Tafalla, Artzainak en Maule, CAF en Beasain, Edesa en Basauri… es más que importante, ha de ser un objetivo. Nuestras tierras y nuestras gentes son nuestro principal capital y la mejor garantía de compromiso con el futuro de la actividad y de la sociedad que las ampara.
Esto que decimos puede parecer un discurso voluntarista para algunos, sin embargo, ahora que vamos viendo los efectos de la desindustrialización (Sakana, Arratia, Oarsoaldea, Costa de Lapurdi… donde los empleos industriales han dejado paso a empleos en servicios, en condiciones precarias…) creo que requieren de una fórmula más solida, y de mayores compromisos por parte de todos.
Por tanto, cabe preguntarnos si puede haber una estrategia productiva en Euskal Herria sin sector metalúrgico y una cadena de valor en su entorno. Si la respuesta es afirmativa toca acordar un plan, y si no, también.