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Eusko lurra

Una serie de concatenaciones jurídico-geográficas han puesto en primer plano de la actualidad un término que parecía trasnochado y anacrónico: tierra (s) vasca (s). Utilizado en nuestra música popular, cabecera de un periódico abertzale en los años treinta y ahora apellido de un partido comunista que en su denominación euskaldun trueca tierras por territorios, tal vez porque llamarse ELAK no hubiera sido sindicalmente correcto.

Viene esta pequeña introducción a cuento de que nuestra tierra, como bien sabemos, es limitada. Es más, si partimos de la extensión que configura la Euskal Herria convencionalmente admitida -que deja para la discusión política y cultural territorios otrora vascones o navarros- estábamos hasta hace bien poco en los 20.844,6 kilómetros cuadrados. Y digo estábamos, porque una sentencia de la Audiencia Nacional española ha restado 800 hectáreas a esa cifra, para traspasárselas a Cantabria (Reyno de España). Pensarán algunos que por 800 hectáreas no vale la pena discutir. Tal vez lleven razón. De todos modos la importancia de la pérdida dependerá de lo que hay dentro de esa extensión de terreno. En este caso se trata de terreno rural del municipio de Turtzioz, en Enkarterri, pero mira que si hubiera habido en esa zona un yacimiento minero o petrolífero, tal vez nos tendríamos que lamentar en el futuro.

El asunto al que quiero llegar trayendo a colación esta noticia, es que el territorio de nuestro país es el que es y que por tanto, antes de darle un uso indebido, se debe proceder a estudios y debates pormenorizados que valoren de forma equilibrada si, por ejemplo, merece la pena destrozar parte de la costa de Jaizkibel para construir un puerto en Pasaia, u horadar túneles y levantar viaductos para tender una nueva vía férrea para el tren de alta velocidad, en vez de reformar los trazados actuales, que ya ocupan buena parte de ese territorio. Cada vez que se acomete una nueva obra de infraestructura, un polígono industrial o un bloque de viviendas, estamos procediendo a ocupar una porción, más grande o más pequeña, de esos casi 21.000 kilómetros cuadrados de que disponemos. Y esa misma decisión es en sí misma determinante de cara al futuro. Puede llegar un momento en el que el suelo disponible para ampliar un aeropuerto o construir una nueva autopista sea tan escaso, que el margen de maniobra deje de existir.

Por ello sería conveniente llevar a la gestión del territorio las premisas que aplicamos, por ejemplo, a los residuos urbanos: reducir, reutilizar, reciclar. Es decir, instaurar en las diversas administraciones y en la iniciativa privada la máxima de que la intervención en el territorio debe minorizarse en todo lo que se pueda. Que además conviene reutilizar lo ya levantado, por ejemplo reformando y habitando viviendas vacías (son más de 180.000 a día de hoy) y que, por fin, cuando no queda más remedio, se proceder al reciclaje de lo que tenemos. Ese caserío con el tejado caído debe ser rehabilitado, en vez de derribarlo completamente para levantar en su lugar una villa de dudoso gusto. O como se ha hecho con unos cuantos kilómetros el antiguo trazado del tren del Plazaola, reconvertido en camino verde para ciclistas y peatones.

Es cierto que se dan intervenciones de este tipo en la actualidad, pero la cultura consumista de usar y tirar también se extiende a la hora de intervenir en el territorio, considerando que toda nueva edificación, puente o carretera es mejor que lo anterior erigido. Una cultura que se deslumbra por lo recién hecho y que aprecia más bien poco lo que generaciones anteriores construyeron, muchas veces con mejor entendimiento que el que ahora mismo mostramos.
Dejo para el final otro asunto preocupante relacionado con nuestro territorio, como es la persistente compra de terrenos de Zuberoa por parte de inmobiliarias y propietarios británicos, para darle un uso de segunda residencia, ahogando de ese modo las expectativas del sector primario en torno a las nuevas instalaciones agrarias por parte de jóvenes del país. Sabemos que existe un problema de calado al respecto, incluso somos capaces de levantar alguna voz de denuncia, pero nos quedamos ahí, sin pasar a acordar y poner en marcha acciones efectivas que impidan que continúe el expolio.
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Si queremos una tierra vasca que responda a su nombre y a su verdadera esencia habrá que protegerla de agresiones de excavadoras y hormigón, pero también habrá que incidir en ese problema de venta de nuestro patrimonio, aunque sólo afecte (por ahora) a la despoblada y olvidada tierra de Soule.


Joxerra Bustillo Kastrexana