La Unión Europea y el FMI han revisado sus previsiones con respecto al Estado Español, indicando que las expectativas económicas son aún peores que lo estimado para los próximos años. Quien escribe esto, y seguramente quienes lo lean también, desconocen la verdadera intención de estas declaraciones.
Sean cuales sean las verdaderas intenciones (terapia de shock, aviso a navegantes, un paso más para defenestrar a Rajoy, provocar un gobierno tecnócrata a la italiana…), lo que es cierto es que abocan al Estado Español a una dieta bien conocida: austeridad presupuestaria y control del déficit, recortes en el gasto público, liberalización del sector público, desregularización del mercado de trabajo, menos recursos para la I+D y formación… En definitiva, miseria, paro y desesperación.
Estiman que habrá que esperar al 2018 para que la tasa de crecimiento llegue a generar empleo. Si bien ante este escenario las preguntas, los temores y las incógnitas pueden ser varias según por donde se mire, me gustaría apuntar hacia el ámbito “País”.
Es decir, siendo conscientes, como creo que somos la mayoría, de que nuestra sociedad precisa de un País que sirva de vehículo para afrontar su futuro con garantías, nos referimos a un País que dote a la sociedad de estructura, acuerdos, recursos, estrategia, complicidades…, cabe preguntarse cómo podemos implementar dicho sujeto en términos por lo menos funcionales, viviendo de alquiler en un vecindario donde el propietario del inmueble se las desea para llegar a fin de mes y necesita hacer pagar sus reformas para que no se le caiga la casa (y el negocio).
Intuyo que en este contexto, el Gobierno Central se esforzará, primero, en quedarse con nuestros recursos en Hegoalde. Segundo, en endosarnos todos los gastos que puedan. Además limitará el margen de maniobra para las inversiones, también el gasto y con ello nuestra capacidad en educación, I+D…
Dicho de otra manera, podemos prever que la recesión que está sufriendo el Estado Español tendrá su influencia directa en nuestros programas de desarrollo, tanto económicos como sociales. Y puede llegar a ser peor si además nos obligan a que nuestra estrategia en formación, protección social, I+D, financiación… atienda las prioridades de su tejido económico, cercenando nuestra propia orientación en estos ámbitos.
Ante este panorama, además de la respuesta discursiva creo que hace falta una labor intelectual y técnica de calcular su impacto inmediato y futuro para después reflexionar y socializar el escenario de saqueo al que nos dirigimos. Tal vez entonces comencemos a ver las vías no sólo para responder, sino también para definir con mayor complicidad la estrategia a seguir en ámbitos estructurantes como formación, modelo de cohesión social, modelo productivo y tecnología, financiación…
Imanol Esnaola